domingo, 5 de junio de 2016

¿De dónde proviene el Evangelio?...

Este documento es una Reflexión del Excelentísimo  Monseñor Mario Moronta, quien es Obispo de San cristóbal, el cual busca afianzar el conocimiento con el sentir de Dios en cada uno de sus hijos, quienes muchas veces se han visto vulnerado por sectas religiosas que buscan apartarnos de la razón y de Dios para simplemente llevarnos a un mundo mercantilista. Prestemos mucha atención a esta lectura que te ayudara a ser firme y defender tu Fe Católica.  

Aunque la pregunta pareciera tener una respuesta bien sabida, es bueno recordar lo que nos indica Pablo al inicio de la Carta a los Gálatas. El Evangelio predicado por él no proviene de los hombres, sino por revelación de Jesucristo. No es un mensaje cualquiera, sino el anuncio de la Buena Noticia de la salvación. Sin embargo, aunque se sepa muy claramente la respuesta, no falta quienes no lo manifiesten. Se trata de quienes hacen decir a la Palabra de Dios lo que ellos desean o quieren… o interpretan el anuncio evangélico según sus propios criterios y los del mundo… o, quienes predican “su evangelio”. Esto parece ser muy común en tantos que no preparan ni la predicación ni sintonizan con el Evangelio… o son simples “mercenarios” de la Palabra.

Pablo es directo: él predica no un evangelio de hombres, sino revelado por Jesucristo. Y no quiere con esto reducir el “evangelio” a lo que nos encontramos en los textos de los evangelistas. Para Pablo –sin dejar a un lado lo que hayan escrito aquellos- Evangelio es la Verdad revelada; más aún, la Persona de Jesús. El Evangelio, en esta perspectiva no puede reducirse sólo a un conjunto de doctrinas o preceptos. Es la proclamación del hecho salvífico en la Persona de Jesús. La predicación, apoyada en el testimonio de quien la hace es un anuncio que provoca una respuesta: el seguimiento de Jesús.

Esta es la experiencia propia de Pablo. De perseguidor se convirtió en predicador. Se sentía fiel al judaísmo y se daba a conocer como un celoso defensor del mismo. Pero Dios lo llamó, nos señala Pablo. Llamada y elección que le cambió la vida por completo: “Un día quiso revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara entre los paganos”. Pablo, luego de conocer bien a Jesús, se convirtió en un discípulo suyo. Para decirlo en términos actuales: discípulo-misionero. Entendió que su vida debía dar un vuelco y por eso, como ya se indicó, pasó de perseguidor a predicador. De esto da testimonio en todo momento y lo hace ver en la carta a los Gálatas.

Desde entonces se hizo sentir la fuerza de la Palabra por su mediación. Se puede afirmar de él aquello que la viuda, madre del niño muerto, le dice a Elías, cuando éste le devolvió la vida como instrumento de Dios: “Ahora sé que eres un hombre de Dios y que tus palabras vienen del Señor”. Elías le pide a Dios le devuelva la vida al niño y luego de hacerlo es reconocido por la madre como un “hombre de Dios”. El profeta hace que sus palabras se conviertan en realidad. En el caso de Pablo, se puede afirmar lo mismo, ya que sus palabras no son las de él, sino las de Jesucristo… por eso, logró convertir a muchos y fundar numerosas comunidades.

En el fondo, al hacerlo, Pablo actúa en nombre del Señor Jesús. Este, como nos lo recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles, pasó haciendo el bien… En los relatos evangélicos, podemos comprobar cómo su Persona anunciaba la salvación por medio de dichos o enseñanzas y por gestos o acciones. Dio de comer a multitudes, perdonó pecados a los pecadores, dio ternura y misericordia al desplazado, sanó a enfermos y devolvió la vida a algunos que habían muerto… Por eso, también, como nos lo recuerda el relato de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, el Señor es reconocido como Maestro y Profeta: su Palabra revelaba su Persona, su Palabra se hacía cumplimiento en hechos concretos. Su Palabra se hará más realidad en la Pascua liberadora… Por eso, será reconocido como “un gran profeta surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

Todo aquel que recibe la elección de Dios para anunciar su Evangelio debe hacerlo en su nombre. De lo contrario será un simple dispensador de conocimientos religiosos. Pero quien es discípulo-seguidor de Jesús y anuncia su Evangelio podrá ser reconocido como quien predica en nombre del Señor, como si sus labios fueran los del mismo Maestro. Esto es necesario tenerlo en cuenta hoy. A tantos siglos de distancia, como sucedió con Pablo, a los cristianos nos corresponde la tarea de continuar dando a conocer el Evangelio de Jesucristo, revelado por Él. No nos toca mostrar “sabiduría humana”, sino como profetas ser los portavoces de una Palabra que se hizo carne y nos abrió las puertas de la salvación.


Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
05 - jun 2016.-
Fuente: Conferencia Episcopal Venezolana











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